domingo, 20 de julio de 2014

Malviviendo de recuerdos.

Fuiste tú quien dijo que teníamos que aprovechar el tiempo, pero cuando lo tuviste todo en tus manos no quisiste regalarme uno solo de tus minutos. Y aún no sé si la causa de la ceguera fue por ti o la primavera.

Como ya no puedo contar contigo, cuento los días sin verte hasta que deje de contar porque me sorprenda el olvido, y haya un futuro más prometedor entre los días que me resten.

No duermo de lado desde que no me mira tu espalda, ni me masturbo desde que aprendí que al correrme siempre volvías a mi mente. Y es que nunca unos pantalones de bascket y una riñonera sentaron tan bien a nadie.

Ya no hay festival aunque siga sonando la música, y no sé si el final hubiera sido el mismo aunque hubiera pedido clemencia con las rodillas clavadas en el suelo de aquel piso a las afueras.

No sólo echo de menos el pasado, si no el futuro que no tendremos. Ese en el que cocinarte y leerte estaba entre nuestros planes. Ese en el que no tuviéramos que volver a hacer las paces, porque no habría guerra previa que se cruzase.

He aborrecido la pizza y el sexo desde que no son contigo, pero me he quedado con la cerveza, porque era la única certeza, incluso contigo.

El otro día me puse unos tacones para que alguien escuchara mis pasos, pero terminaron sangrándome los pies sin que nadie se diera la vuelta. Y es que tú no sabes que cuento cada día que pasa sin saber si exististe o fuiste un espejismo, mientras sigo intentando hacer ruido.

Y  volví al bar donde te conocí. Al que era mi bar, pero ahora es tuyo, porque sigue impregnado del rastro que han dejado tus recuerdos. Y ya no me queda nada porque ese bar era mi todo. Ahora el olor a látex de mis manos es por los guantes con los que estoy limpiando tu rastro, y créeme si te digo que todavía sigue oliendo.

Anoche volví a usar mi viejo consolador y terminé llorando porque en nada se parecía a lo que era yo contigo; y no por el recuerdo, sino por el futuro que no será. Ahora la cama sigue húmeda, pero es por las lágrimas. Y en mi mesita descansan un consolador y un libro de Benedetti desgastados por el mal uso que les he dado.

Y esta vez el olor a porro es el que sube por el patio de luces en lugar de bajar por tu almohada. Y cada nueva calada trae un viejo recuerdo mientras espero,

porque espero
que algún día
 me escribas diciendo:

Te echo de menos.





(Porque si hay algo peor que un Adiós, es que vaya seguido de un para siempre.)

miércoles, 2 de julio de 2014

De noches que se alargan, y sueños que duran un mes.

Peor que querer huir sin tener a donde ir, es no tener piernas para correr. Yo aprendí a dejar de contar con la gente el día que me quedé sin dedos que restar. Y aunque los dedos no vuelven a crecer, todo llega y todo pasa. Y una mañana te das cuenta de que no has pasado esa canción, y puedes volver a escuchar la voz de Calamaro sin que duela. Y duermes mejor porque ya no hay nadie que te robe el sueño.

Entonces te atreves a tener una primera cita y lo llevas a aquel bar donde recitaban poesía, pero esta vez os encienden la vela que decora la mesa mientras te sigues engañando pensando que controlas la jugada. Pero aquella melodía sonaba demasiado bien, y mira que nunca fui diestra con la guitarra.

La segunda vez parecía que nuestras bocas estuvieran imantadas mientras fantaseábamos con seguir la partida sobre aquella noria y el césped nunca hizo mejor de colchón. Es que joder, te juro que contigo creí que de verdad había playa en Madrid, y hasta que el agua me mojaba los pies. Y nunca me gustó tanto mi nombre como cuando eras tú quien lo utilizaba delante de Me corro.

Porque fuiste el primero en pedirme que me quedase a dormir aún antes de llegar e hiciste que me corriera sin dejarme salir corriendo porque había café recién hecho en la cocina. Y aunque no sé lo que sentí, fumada tumbada a tu lado parecía que siempre estaba amaneciendo, y nunca hubo mejor skyline de Madrid que la silueta de tu espalda.

Nos olvidamos tan pronto el uno del otro como se cerraban las puertas de aquel autobús. El instinto de que algo ya ha terminado antes de que la despedida sea oficial. La única vez que te  permitirás girarte para verle alejarse a sabiendas que así será lo más cerca que vuelvas a tenerle.

Y todavía no sé si el frío era fiebre o ausencia, ni la cantidad de lágrimas que habrán desbordado por los asientos de los taxis de Madrid. Pero dejé de ensuciar con rímel mis pestañas el mismo día que dejé de contener las lágrimas, y menos mal, si no habría montado un auténtico espectáculo en el hospital; y dicen que la función debe continuar.

Seamos sinceros, por muchos parches que sigamos poniéndole a esto llegará el momento en que la bicicleta deje de rodar; y si seguimos dividiendo nuestras mitades al final no nos quedará nada que echar a la boca.
Y que no me digan que saben lo que es el jet lag si no han pasado una noche entera follando contigo. Y es que hay tipos de violencia que te pueden hacer sentir más libre.

Podría haberme acostumbrado a vivir en esas cuatro baldosas frías de la cocina mientras cenamos sentados en el suelo fumando y riendo. O ducharme cada mañana en ese baño lleno de espejos con el reflejo de dos cuerpos que utilizan la misma toalla. O dormir cada noche en esa cama mojada, con rap en las paredes y vistas a un aparcamiento desierto.

Ya sé que no veré llegar el invierno desde esa misma ventana, pero ya granizó siendo verano, y la primavera pasó corriendo y descalza por toda la casa.

Tienes la asombrosa facilidad de hacer sentir bien a la gente, y sé que sólo soy una puta más sin privilegios aunque me sintiera una diosa cuando ibas a comprarme el desayuno por la mañana. Aún te quedan manos con las que agarrar las de otras por este camino, pero espero que aún no quieras soltar la mía, porque aunque ya no haya tanta altura, seguiría habiendo caída. Y es que me pierde esa sonrisa de niño pequeño imaginando alguna fechoría, y la seriedad del hombre que me susurra al oído que me arrancará la ropa nada más subir a casa.

No he llegado en un buen momento y sólo soy una herramienta con la que alcanzarás aquello que realmente estás buscando. Siempre fui una oportunista en la vida de los otros. Y las notas de mi móvil parecen el diario de una relación que en realidad no ha sido, pero nunca me he sentido tan guapa como reflejada en tu espejo desnuda y sin maquillar cuando eras tú quien me abrazaba.

No hubo última cena por alargarse hasta convertirse en desayuno en la cama. Ni me lavaste los pies, pero me metiste en la ducha y me arropaste con tu toalla. Y en ese último viaje en autobús tú también te diste la vuelta.

Si en lugar de agobiarte hubieras hecho caso a mi tatuaje hoy seguiríamos manchando aquellas sábanas, con el ritual de vestirme con tu ropa para cenar y los desfiles desnudos por el pasillo buscando tu cama.



Ahora son tantos mis pedazos rotos que dudo que exista alguna forma de volverlos a unir, ni una caja lo suficientemente grande donde guardarlos todos bajo llave.

He recibido tantas hostias que mi piel se ha hecho callo, y mi mordida está sellada con el protector bucal de un boxeador. No creo que sea más ágil con el paso de los años, pero del dolor a la aceptación, y de la aceptación al rencor los escalones son más pequeños, y aunque de verdad deseo que te vaya bien, espero que me eches de menos. Porque aunque no fuera el momento espero que sepas que no vas a conocer a ninguna como yo aunque tú tampoco me conocieras del todo. En la segunda cita me dijiste tantas cosas bonitas que dudo que quepan en otra persona aunque mida más de metro y medio. Y aunque el sexo fuera genial, no creo que sea fácil encontrar a otra que te suba a la noria, te dibuje, y se siente en el suelo de la cocina a cenar mientras fumáis y compartís una litrona.

Esa eterna manía de buscar la libertad entre distintas piernas, como si por cada polvo os colgaran una medalla, y el sexo se volviera tan consumista que primara siempre la cantidad sobre la calidad de aquella que realmente lo merece.

Prometo que si no muero de deshidratación al verte la última vez a través de la pantalla del televisor, bailaré sobre tu tumba toda la noche con una copa en la mano por todos los planes que dejaste en el aire.




El final era predecible. ¿Cómo iban a vivir una luna de miel un par de alérgicos a las abejas?

Pero aunque esté contraindicado y no haya antihistamínico que alivie ese dolor seguiré esperando, porque esa sala de espera ya se ha convertido en mi casa.


Aunque si ha bastado una semana para perdernos no sé las vidas que nos separarán cuando al fin vuelva septiembre.