Fuiste tú quien dijo que teníamos
que aprovechar el tiempo, pero cuando lo tuviste todo en tus manos no quisiste
regalarme uno solo de tus minutos. Y aún no sé si la causa de la ceguera fue
por ti o la primavera.
Como ya no puedo contar contigo,
cuento los días sin verte hasta que deje de contar porque me sorprenda el
olvido, y haya un futuro más prometedor entre los días que me resten.
No duermo de lado desde que no me
mira tu espalda, ni me masturbo desde que aprendí que al correrme siempre
volvías a mi mente. Y es que nunca unos pantalones de bascket y una riñonera
sentaron tan bien a nadie.
Ya no hay festival aunque siga
sonando la música, y no sé si el final hubiera sido el mismo aunque hubiera pedido
clemencia con las rodillas clavadas en el suelo de aquel piso a las afueras.
No sólo echo de menos el pasado, si
no el futuro que no tendremos. Ese en el que cocinarte y leerte estaba entre
nuestros planes. Ese en el que no tuviéramos que volver a hacer las paces, porque
no habría guerra previa que se cruzase.
He aborrecido la pizza y el sexo
desde que no son contigo, pero me he quedado con la cerveza, porque era la única
certeza, incluso contigo.
El otro día me puse unos tacones
para que alguien escuchara mis pasos, pero terminaron sangrándome los pies sin
que nadie se diera la vuelta. Y es que tú no sabes que cuento cada día que pasa
sin saber si exististe o fuiste un espejismo, mientras sigo intentando hacer
ruido.
Y volví al bar donde te conocí. Al que era mi
bar, pero ahora es tuyo, porque sigue impregnado del rastro que han dejado tus
recuerdos. Y ya no me queda nada porque ese bar era mi todo. Ahora el olor a látex
de mis manos es por los guantes con los que estoy limpiando tu rastro, y créeme
si te digo que todavía sigue oliendo.
Anoche volví a usar mi viejo
consolador y terminé llorando porque en nada se parecía a lo que era yo
contigo; y no por el recuerdo, sino por el futuro que no será. Ahora la cama
sigue húmeda, pero es por las lágrimas. Y en mi mesita descansan un consolador
y un libro de Benedetti desgastados por el mal uso que les he dado.
Y esta vez el olor a porro es el
que sube por el patio de luces en lugar de bajar por tu almohada. Y cada nueva
calada trae un viejo recuerdo mientras espero,
porque espero
que algún día
me escribas diciendo:
Te echo de menos.
(Porque si hay algo peor que un Adiós,
es que vaya seguido de un para siempre.)
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