Nunca creí en la magia hasta que hiciste
que despegara los pies del suelo y echamos juntos a volar desde el césped de
las Vistillas hasta Orcasitas en un par de aleteos que duraron horas.
Intenté con todas mis fuerzas hacer
equilibrios con el aro de tu nariz, pero
tu temor al vértigo jodió nuestra carrera de trapecistas, incluso antes de que
nos iluminaran los focos. Aunque no hicieran falta. Con tanta electricidad no
me extraña que se saltaran los plomos por la ventana.
Tampoco pensé que lo malo de tener
la pólvora entre las manos es que no sabes cuándo va a explotar quemándolo todo,
y ahora te echo de menos a nivel de coger un autobús hasta tu barrio con 40
grados a la sombra. Pero no lo hago porque no sabría volver. Siempre fuiste tú
quien me acompañaba. Pudiendo mirarte a ti no quise perder ni un solo minuto
contemplando el paisaje.
Cambiaste tu manía de abrazar la
almohada por mi cuerpo, y yo que nunca fui de costumbres, ahora que no estás,
me sorprendo amaneciendo cada mañana abrazada a la mía. Y con el puto sonido del
despertador en lugar de aquel hombre vendiendo sandías. La única que te vi
cabreado, mientras bajabas la persiana y yo todavía me reía.
No me he vuelto a reír tanto como
cuando tú me hacías cosquillas. Ni la tortilla sabe igual desde que tú no le
das la vuelta. Ahora sólo me alimento del recuerdo de ese reflejo, en el que
sólo se veía mi espalda y tu boca mordiendo mi hombro derecho.
Echo de menos el cenicero lleno en
cada habitación y los montones de ropa tirados por el suelo, casi tan altos
como la torre de libros que nos veían dormir cada día desde tu mesita de noche.
Ahora sólo soy escombros de todo lo
que pudo ser y no será, y los ceniceros están vacíos. Del skyline de Madrid con la silueta de tu espalda sólo quedan las grúas de aquel piso a las afueras que no volverá a
levantarse.
Han salido tantas personas de mi
vida sin dejar rastro ni una mísera nota de despedida, que ya he dejado de
poner tu foto de desaparecido con mi número de teléfono por todas las farolas
de tu barrio. Ya sé que no llamará nadie.
Casi han pasado tres meses de esa
primera noche, y el último lo he pasado entero buscándote, o mejor dicho,
esperando a que vuelvas a casa por el camino de migas que te he ido dejando.
Que ya he aprendido que no es el físico sino la química, y sabes de sobra que parecía que juntos habíamos asaltado una farmacia.
Que ya he aprendido que no es el físico sino la química, y sabes de sobra que parecía que juntos habíamos asaltado una farmacia.
Me encantó la imagen del espejo. Tus escritos duelen muy bien
ResponderEliminarsaludos