Cuando echas la vista atrás
buscando un motivo por el que quedarte pero no hay nadie que te devuelva la
mirada. Que ya sé que es fácil sonreír para la foto, pero siempre me pillan de
espaldas a la cámara.
Yo, que parece que vivo huyendo de
las certezas y echándole una carrera al reloj, girándome de nuevo sabiendo que
lo único que echaré de menos son estos tres bares en los que ahora estoy
bebiendo.
Mira que necesito menos cuidados
que un cactus, pero al final me estoy muriendo de sed. Sólo quiero un sitio en
el que poder echar raíces, y ya no sé si esta maceta se me ha quedado pequeña o
es tan grande que todavía no he conseguido orientarme.
Nunca pensé que la soga que me
ahogara se llamaría Madrid, ni que pudiera apretar tan fuerte, pero mi personalidad
se está multiplicando sobrepasando ya la bipolaridad y cogiendo forma de muñeca
rusa.
Ahora, que ando tan despacio, y que
debajo de mi cama vive un monstruo llamado septiembre, al que le quedan dos días de vida, aunque parece que la eternidad no será suficiente para dejar de
asustarme.
De pequeña siempre quise ser
invisible; ahora soy tan prescindible en la vida de los otros que ya lo
considero un superpoder. No hay tanta diferencia. Seguro que si volviera a ser
pequeña, en lugar de sentirme, estaría orgullosa de mí misma.
Por cansarme de escribir sin obtener
respuesta jodí mi caligrafía, y ya he pasado tantas páginas en mi vida que me
da miedo llegar a la palabra Fin sin haberme enterado bien de la historia.
Tú eres la única página que queda
encerrada entre mis manos sin saber bien si arrancarla o prenderle fuego
dejando un rastro de cenizas a mi paso. Que no quiero que vuelvas a entrar en
mi vida sino es para quedarte, que de despedidas están llenos los cementerios,
y yo ya eché un puñado de tierra sobre tu tumba porque nunca estuvimos a favor
de eso de regalarnos flores, y de chuloputas ya está bien marcado con muescas el cabecero de mi cama.
Nunca la palabra septiembre dio
tanto vértigo, ni sé la altura precisa por la que caeré después. O si el avión
caerá antes de llegar a mi destino. Volar a una nueva vida jamás fue menos
metafórico. Parece que mis depresiones son directamente proporcionales al número
de despedidas, y ayer tras volver a llevarte flores, volví a raparme la
cabeza. Supongo que ninguno de los dos sabemos cumplir nuestras promesas.
Y para empezar de cero no hay nada
mejor que una maleta vacía con la que recorrer una nueva autopista, o emprender
un nuevo vuelo.