lunes, 29 de septiembre de 2014

Septiembre.

Cuando echas la vista atrás buscando un motivo por el que quedarte pero no hay nadie que te devuelva la mirada. Que ya sé que es fácil sonreír para la foto, pero siempre me pillan de espaldas a la cámara.

Yo, que parece que vivo huyendo de las certezas y echándole una carrera al reloj, girándome de nuevo sabiendo que lo único que echaré de menos son estos tres bares en los que ahora estoy bebiendo.

Mira que necesito menos cuidados que un cactus, pero al final me estoy muriendo de sed. Sólo quiero un sitio en el que poder echar raíces, y ya no sé si esta maceta se me ha quedado pequeña o es tan grande que todavía no he conseguido orientarme.

Nunca pensé que la soga que me ahogara se llamaría Madrid, ni que pudiera apretar tan fuerte, pero mi personalidad se está multiplicando sobrepasando ya la bipolaridad y cogiendo forma de muñeca rusa.

Ahora, que ando tan despacio, y que debajo de mi cama vive un monstruo llamado septiembre, al que le quedan dos días de vida, aunque parece que la eternidad no será suficiente para dejar de asustarme.

De pequeña siempre quise ser invisible; ahora soy tan prescindible en la vida de los otros que ya lo considero un superpoder. No hay tanta diferencia. Seguro que si volviera a ser pequeña, en lugar de sentirme, estaría orgullosa de mí misma.

Por cansarme de escribir sin obtener respuesta jodí mi caligrafía, y ya he pasado tantas páginas en mi vida que me da miedo llegar a la palabra Fin sin haberme enterado bien de la historia.

Tú eres la única página que queda encerrada entre mis manos sin saber bien si arrancarla o prenderle fuego dejando un rastro de cenizas a mi paso. Que no quiero que vuelvas a entrar en mi vida sino es para quedarte, que de despedidas están llenos los cementerios, y yo ya eché un puñado de tierra sobre tu tumba porque nunca estuvimos a favor de eso de regalarnos flores, y de chuloputas ya está bien marcado con muescas el cabecero de mi cama.

Nunca la palabra septiembre dio tanto vértigo, ni sé la altura precisa por la que caeré después. O si el avión caerá antes de llegar a mi destino. Volar a una nueva vida jamás fue menos metafórico. Parece que mis depresiones son directamente proporcionales al número de despedidas, y ayer tras volver a llevarte flores, volví a raparme la cabeza. Supongo que ninguno de los dos sabemos cumplir nuestras promesas.
Y para empezar de cero no hay nada mejor que una maleta vacía con la que recorrer una nueva autopista, o emprender un nuevo vuelo.

1 comentario:

  1. Muy bueno y triste como pocas veces. No se si intentaste rebajar la amargura en tristeza pero te salió bien si eso querias.
    Saludos, espero que no dejes el blog junto con la ciudad, que me da gusto leerte.

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