Nunca pensé que
el silencio pudiera colmar un vaso, pero ya no cabe una gota y estoy llorando.
No sé si el charco de por medio es el remedio para tanto llanto, pero ya he
empezado a alzar el vuelo. Ahora, que la soledad elegida en lugar de impuesta
parece mi único consuelo.
En la
antigüedad la gente pensaba que la Tierra era plana, y si andabas demasiado para
el este u el oeste te caerías, pero yo sigo en Madrid y ya tengo las rodillas
en el suelo. Cada mañana me levanto y ando descalza sobre piedras ardiendo
dirección Tierra del fuego. Que no me vale un velatorio lleno de gente si no me
visitan antes de ser tumba. Que no sigan maltratando mis maltrechos huesos si
ya me los jodí dándolo todo por ellos. Que siempre es la misma historia;
empezar a caminar con los pies de plomo para luego terminar corriendo
desesperada como una perra buscando a su amo. Y ya no sé si
abro la boca como reclamo, por sueño o por hambre. O es el hambre de sueños lo que me parte.
Parece que hay gente que lo tiene todo, y otra
que no tiene nada. Yo ya estoy cansada de apretar fuerte las manos intentando
agarrar el polvo. Por no tener no tengo ni las clases de dancehall por estar
ocupados todos los horarios. Y aquí sigo parada en la estación viendo pasar los
trenes que no puedo coger. Aún nadie me ha explicado si es por no tener
billete, o porque esta maleta cargada de lamentos me impide subir el par de
escalones que me conduzcan a cualquier mísero vagón. Nunca quise tampoco viajar
en primera clase, y hay pañuelos que aún
no han dejado de agitarse. Pero a mí nadie
fue jamás a recogerme a la estación. Ni tampoco a desearme suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario