Siento que vivo en ese eterno Stand by que describía
Extremoduro, mirando una estrella siempre en estado de espera. Yo también bebo
rubia la cerveza pero ya no hay ningún pelo del que quiera acordarme. Ya nunca
recuerdo nada. Y hasta considero contraproducente seguir yendo a conciertos de
cantautores. Siempre me pasa lo mismo, que me paso con la bebida y salgo por la
puerta sabiendo que nunca me dedicarán a mí una de esas canciones. No ellos,
sino cualquier otro hombre que pueda pasar por mi vida. Y no una canción, sino
algún pequeño sentimiento que pueda ir escondido dentro de alguna de ellas.
Me muero de dolor cada vez que escucho introducciones a
alguna canción como esta: Hay amores que
pasan sin pena ni gloria. Otros que tienen un recuerdo amable con el paso de
los años. Y hay otro tipo de amores que son como los huesos rotos que acaban
sellando pero duelen con el cambio de estación, de esos con los que puedes
andar y seguir haciendo tu vida, pero siempre con una pequeña cojera.
Y sé que si alguna vez se me considera amor, estaré ubicada
en esa dolorosa primera categoría. Me siento como el jugador que
espera sentado en el banquillo su turno para entrar al campo, o como ese pobre
niño patoso que espera en el patio del colegio durante el recreo a que le escojan para jugar en uno
de los equipos. Estoy cansada de esa espera constante en la que vivo para ser de
una vez elegida. Por mi lado ya he visto pasar al niño miope que se tiene que
quitar las gafas y nunca ve cuando se acerca la pelota, el niño gordito está colocado
de portero, y hasta el más patoso que juega más por obligación que por gusto,
ya ha sido elegido y corre como delantero. Ya no recuerdo lo que era saltar al
campo. Incluso en aquellas pocas ocasiones en las que me dejaron jugar, cuando
marcaba siempre era fuera de juego. Creo que nunca aprendí bien las reglas.
Sé que no existe varón que vaya a darse la vuelta cuando mi culo
pase por su lado. Que no seré ese recurrente sueño húmedo que se repite cada
noche. Sé que no voy a ser recordada por nadie como el gran amor de su vida,
simplemente soy la antesala a esa otra, las escaleras de incendios cuando quieres
subirte a un polvo desesperado alguna noche, cuando sólo quedan un par de
chicas bebiendo en la barra.
Vivo en esa sala de espera sin
esperanza de Joaquín, y a pesar de que tenga grabado con tinta que sólo voy a
vivir una vez, continúo en esta absurda espera
de no saber tan siquiera que es eso que tanto ansío que pueda entrar en
mi vida. Y dudo que exista. Algunos creen en Dios, yo simplemente espero. Así
paso mis días. Como si pulsando más veces el botón de actualizar en Facebook
fuera a cambiar mucho mi vida.
De tanto pensar se me ha olvidado
dormir, y estoy segura de que en estas noches insomnes, sobre otra almohada,
nadie dedicará ni un solo minuto a pensar en mí.