miércoles, 26 de febrero de 2014

Todos esos datos.

¿Qué se hace con los datos que guardamos de todas las personas que han pasado por nuestra vida? ¿De qué me sirve memorizar las distintas tallas de camiseta, el color de todos los boxers, los distintos tipos de condón y sus marcas favoritas? ¿Qué hago con la canción adecuada para cada momento justo,  saber lo que sentían con una escena concreta de alguna película o con todos los nombres de todos sus amigos y familiares? ¿En qué puedo invertir ahora todos esos datos que ocupan mi memoria? ¿Por qué no se pueden canjear con otros datos que puedan serme de utilidad en el futuro? ¿O por qué coño no soy capaz de borrarlos o reemplazarlos?

Los nueve números que marcaba cada vez que quería hablar contigo. El número de pasos desde la boca del metro hasta tu portal.  El número de veces que comunicaba tu telefonillo hasta que me abrías la puerta. El número de escalones que me conducían hasta tu segundo sin ascensor. La hora exacta a la que entrabas y salías de trabajar. Tu día favorito de la semana, en el que ambos sabíamos que se nos iría de las manos. El número de veces que viste a Bruce Springsteen en concierto. Las distintas tallas de pie de las zapatillas que decoraban el suelo de mi cuarto. Los días de cumpleaños con sus consiguientes regalos perfectos. El número de tatuajes que decoraban tu cuerpo. Las fotos que me mandabas para que desde la distancia pudiera degustar los platos que cocinabas.  El número de días, semanas o meses que duraban esos pequeños letargos a los que yo llamaba relación. El número de promesas que no cumpliste. El número de la pista que más te gustaba de tu cd favorito. El color de jersey que mejor te sentaba. El número de cervezas que debías tomarte para que no pudieras decirme que no a nada. El número de veces que posponías la alarma antes de despertarte. La hora exacta en la que tenías que sacar a pasear al perro. El día exacto en que nos conocimos. Los títulos de los libros que teníamos como pendientes. Tus cinco películas imprescindibles. La lista de destinos a los que queríamos ir. Cada uno de los bares que nos vieron meternos mano con descaro. El número de tazas de café que consumías al día. Tu marca de tabaco favorita. La chulería con la que te encendías el cigarro. El número de conciertos en el que nos oyeron gritar. Lo que significaba que el primer chupito fuera de absenta. Las veces que me acompañaste a casa. Qué hacer en cada momento para que te sintieras satisfecho. Cómo provocarte el orgasmo. El idioma que inventamos sin gestos ni palabras, sólo con una simple mirada.

El número de días transcurridos desde que cada una de esas personas salieron de mi vida.

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