lunes, 31 de marzo de 2014

El otro día era otro día, y hoy es lunes.

La sensación de abandono del pobre perro que espera en la cuneta en las vacaciones de verano desaparece en un momento cuando revivo como con un desfibrilador en forma de altavoces con música muy fuerte, y me siento como un pez de colores nadando libre en mares de alcohol. Revivimos los viernes a las doce de la noche y no hay quien pueda pararnos. Hasta nuestras pupilas se acomodan a mirar en la oscuridad de los bares como si fuéramos gatos. Gatos callejeros que deambulan por las calles buscando el último bar abierto o la copa más barata.

El efecto de la tercera copa me abre las alas y me hace volar tranquila y ligera como una mariposa. Qué feliz sensación la de estar borracha. Qué divertido es recomponer las noches a pedazos. Qué sencillo es sonreír con una copa en la mano. Qué rápido se difumina todo a su paso.

Como si cada noche que saliera guardara a fascículos las horas consumidas mediante notas escritas en mi móvil. Pero muchas veces ni con las notas consigo recordar a qué se referían o a qué momento exacto. Una de aquellas notas contenía el título de una película con esta sinopsis: Sexo, drogas y muerte en las calles de Madrid. Kronen es la cervecería donde se reúne un grupo de jóvenes con pocas expectativas, que aprovecha la noche para vivir sus aventuras de la forma más excitante posible. Cualquier placer, ya sea la velocidad, el sexo o las drogas pueden llevarlos al límite. No recuerdo absolutamente nada. Pero esa nada lejos de avergonzarme o hacerme sentir algo de arrepentimiento, me parece lo más divertido de las noches. Todos esos recuerdos que no recuerdo permanecerán para siempre en la memoria de mi móvil. Y siempre sonreiré cada vez que algún pedazo nuevo vuelve a mi mente.

El otro día volvieron a llamarme nena y tuve que mirar a los lados extrañada sin saber con certeza si era a mí a quien se referían. Yo qué iba a saber, si el último abrazo que recuerdo fue a la taza del váter un domingo por la mañana. Y qué bien sienta.  Pero lo que más me gusta de la primavera es terminar la noche cuando los pájaros empiezan a cantar mientras me fumo el último cigarro sentada en el portal.


Hoy de nuevo, y de acuerdo a las predicciones, ha vuelto a ser lunes y además estoy enferma pero mi estómago me pide a gritos unas patatas fritas. Sigo a dieta. Así que estoy doblemente jodida. Y encima me ha dado por escuchar a Antonio Vega, que no Nacho Vegas, gracias a dios. Así que tendré que esperar de nuevo hasta el fin de semana para poder recomponer mis pedazos.

jueves, 27 de marzo de 2014

He conocido a otra.

“Tres cuartos de mi vida están tan confusos que siguen esperándote, el otro ha venido hoy a decirte que he conocido a alguien. No se parece a ti en absoluto y eso lo acepto como un regalo, no te creas. Nunca será tú, nunca cumplirá el mismo papel, posiblemente no tenga ni medios para querer a otra persona.“

He conocido a otra. Aunque no eres tú. Así que voy a dejar de publicar lo que escribo porque no quiero que lo lea(s). Lo guardaré para mí, como guardo en una caja un montón de sinsentidos; por si algún día me sirven para algo.


Ella no guarda en otra caja todos sus recuerdos, que van desde la chapa de cerveza de aquel bar de la calle Fuencarral donde tuvo su primera cita con aquel otro tipo, las entradas de los conciertos, o todos los billetes de tren que te fueron alejando de mí. Ella no tiene sincronizado mi ritmo bebiendo cerveza ni despega las etiquetas de los botellines cuando está nerviosa. Ella no sabe la historia del drogadicto que perdió la cabeza y creyó que podía volar tirándose desde un tercer piso vestido de flamenca, porque ella no estaba. Ella no se pinta las uñas de negro y los labios de rojo como sueles hacer tú. Ella no sale sola a pasear; a ella nunca le gusta estar sola. Ella me pide que me quede. Tiene una dulzura innata y un cuerpo precioso. Su cuerpo no está tatuado ni marcado con recuerdos dolorosos. Ella no llora en la ducha. Siempre sonríe. Ella no sabe cocinar como tú, pero siempre me lleva a restaurantes nuevos. Ella en sencilla y dócil. No le gustan las películas que nosotros vimos mil veces, pero las ve conmigo sin quejarse. En su pecho he descubierto por primera vez el placer de una cubana pero no me ha propuesto nunca que la asfixie mientras jugamos a recrear El imperio de los sentidos sin trágico final.

A veces, creo que ella eres tú, pero a tiempo recuerdo que ella no entendería nuestras bromas. Ella no es tan ridículamente divertida como tú ni guarda siempre en el bolso una nariz de payaso. No eres tú. A ella aún le queda algún ápice de la vergüenza que tú perdiste mientras te quitabas las bragas en mitad de la Gran Vía. Aunque fuera verano y nadie te viera, eso cambió mi vida.

Ella no fuma, así que jamás se liará los cigarros al revés como haces tú mientras la gente le pregunta extrañada, ni tampoco me echará el humo en la cara con actuada pose de desdén. Ella no devora los libros con tu furia, como si por cada uno obtuviera algún tipo de victoria personal, mientras va subrayando frases sin parar para luego leérmelas emocionada sentada descalza en el suelo de alguna forma extraña. Ella no me deja notitas por toda la casa cada vez que sale de puntillas de mi cama, pero sí me manda los mensajes de buenos días que tú tanto odiabas.



Sé de sobra que no soy el primero que no ha sabido valorarte, pero qué quieres que te diga, Ella no tiene tu mal humor de las mañanas, y además, soporta el mío.

viernes, 21 de marzo de 2014

Fines de semana.

Nunca pensé que pudiera odiar hasta el extremo los fines de semana como lo hago ahora. Sucesión de días grises en los que estoy encarcelada entre estas cuatro paredes sin régimen de visitas, y por el momento, con condena a perpetua y sin derecho a llamadas.

Vivo encerrada en esta habitación amarilla decorada con una horrible cenefa de flores sonrientes y ventana con vistas al patio, pero al menos sin barrotes, que es mi cuarto. Mi colchón ya ha ido tomando la forma de mi culo por pasar los siete días de la semana en la misma posición combinando series, libros, películas y hermosos penes en tumblr para no caer en la más absoluta monotonía.

Últimamente mis días se acercan demasiado a los de las señoras que han pasado los cincuenta y se medican contra la depresión. Y si no se parecen tanto al menos la expresión de nuestra cara es la misma o eso dice mi reflejo. Ojos sin expresión. Sin ningún síntoma de alegría o de pena, sólo cansancio acumulado bajo las bolsas coloreadas con mis ojeras. Y no tendría por qué estar cansada. No practico ningún tipo de actividad física salvo andar dos o tres días por semana y mi tabla de ejercicios para hacer en casa. Ejercicios que tengo que hacer por obligación porque la querida madre naturaleza no me ha querido dotar con unos preciosos atributos de mujer así como de un vientre plano y unas largas y hermosas piernas.

Todo esto del ejercicio y de la dieta puede sonar materialista o incluso machista, pero no nos engañemos, si al menos no tienes un cuerpo bonito no eres digna de un primer saludo que puede conllevar a una buena, o no, conversación. Y por mucho que digan los tíos, prima más un cuerpo que el intelecto. Si es mona y agradable pero sin ningún tipo de inquietud puede ser la mujer de su vida en un solo minuto. Si es una chica normal, que no llama la atención, no se le da ni la más mínima oportunidad para demostrar que merece la pena. No me lo invento. Animo a todo el mundo a hacer la comprobación. Y no es que busque a la desesperada un hombre ni tampoco tener un cuerpo escultural, porque entre otras cosas es imposible, pero estoy cansada de oír cada día lo buena que está alguna tía, y que siempre me lo digan a mí, que no de mí;  que no es lo mismo.

Lloro con mucha más frecuencia de la que me gustaría y más en esta casa sin intimidad donde no se puede ni cagar tranquila. Vivo en una cárcel sin cerrojos escondiéndome bajo la ducha. Como si así las lágrimas no me mancharan.

Soy la pobre ignorante que no se puede poner en la piel de una amiga cuando le ha dejado el novio después de tres años. A mí nunca me han querido. Pero soy la que sabe, y además se le da muy bien, pasar sola las semanas con sus consiguientes fines de semana porque no tiene con quien salir a la calle porque el resto del mundo si está enamorado.


Son las once de la noche de otro viernes. Mis vecinos guiris no dejan de gritar, y pienso que joder, ojalá estuviera yo fuera del país. Necesito poner tierra de por medio y hacer mi vida aunque sea sola en otro cuarto pero con mejores vistas.  Prefiero echar de menos a las personas estando lejos que viviendo en la misma ciudad pero sin derecho a régimen de visitas.

Tengo 23.

Tengo 23 y nada que ver tienen con los 26 de Andrés Suarez en los que es feliz así. Esa canción no vale para mí y tampoco necesito a nadie. Siempre me he encargado yo de proporcionarme mis propios orgasmos, y ahora leo como hace tiempo no hacía, encontrando en otras historias la mía. Paso de Wells a Goethe, de Bukowski a García Lorca, y tiro porque me toca. Y lo que toca es tirarme, porque del más puro romanticismo al canallismo sólo hay golpe de dados.

Hace tiempo que no me emborracho hasta llegar al clímax de la más absoluta inconsciencia y del más lejano olvido; aunque aún no se hayan tumbado todos los naipes sobre esa mesa con  tapete verde y humo de habano. Ya apenas recuerdo los domingos de resaca que se esperan sin deseo, a pesar de que esa sea una de las peores esperas.

Domingos de insurrección, que no de resurrección, porque por cada día siete veo aún más cercana mi muerte definitiva. Esa en la que realmente deje de respirar. Por el momento sigo intentando coger aire.

Siempre tengo sed y me paso la vida salivando. Quizás tenga mono de algo, pero no sé de qué si ya he dicho que yo me proporciono mis propios orgasmos.

Entre el no estar mal y el estar bien hay un abismo lleno de lamentos al que ya nos hemos habituado. El día que pueda responder con un Bien, será cuando pueda volver a dejarme el pelo largo, pero ayer fui a la peluquería y volví a raparme al cero.

Ese estable estado en el que estaba sumergida de libertad ha dado paso a mi antiguo estado apático y desesperanzador. Sólo duró un par de semanas. La duración media que tienen las cosas bonitas que han ido pasando por mi vida. No debería sorprenderme. Nadie cambia. Si ya a los 8 años escribía en mi diario lo puta que era la vida, cómo voy a cambiar el punto de mira a los 23. Es imposible.

Qué rápido vuelve la tristeza. Casi tan rápido como las minifaldas al llegar la primavera. Como esta sensación de soledad y vacío de habitación de hospital por la noche. La soledad de nadar a contracorriente sin nadie que sienta como tú este viaje cuesta arriba. Sin nadie que comparta tus intereses.

Con este calor sólo tengo ganas de bajar  las persianas y volver a dormir hasta que amanezca un día con buenas noticias. Pero no sé qué noticias serán esas. Cómo no me voy a agobiar pensando en el futuro si no me gusta cómo se está desarrollando el presente. Cómo voy a poder cambiar mi futuro si no salgo de casa porque no existe nadie que me acompañe en la barra. Ahora todos beben con otra. O todas beben con otro.

Hará un mes que no me hago la raya del ojo, ni que me pinto los labios, y hasta veo algo de romanticismo en mis oscuras ojeras. Las bragas de abuela se han convertido en mi perfecto fondo de armario.  Ahora siempre opto más por la comodidad que por la sensualidad. Y repito que tengo 23 años.

Tengo 23 y aún no sé lo que es salir a cenar en pareja. Ni lo que es follar todos los fines de semana, o el dormir 2 horas entresemana enfrascada en una interesante conversación. No sé si la primera cita sigue siendo en el cine ni si a estas edades se siguen aprovechando las últimas filas para meterse mano en lugar de disfrutar de la película. No sé lo que es pasar un fin de semana entero con esa persona mientras se come comida basura, o se devoran entre ellos.

No sé lo que es despertarse sin resaca al lado de un cuerpo conocido.


Ya no hay esperanzas en esta habitación con las persianas bajadas. Tengo 23 y soy una tullida repudiada en lo que a relaciones sentimentales se refiere, mientras el resto de mis amigos enfermos han recobrado la salud e incluso el paralítico corre enamorado. Y creo que sigo sin necesitar a nadie.

jueves, 13 de marzo de 2014

DOMINGOCASINEGRO

Es jueves, pero para mí como si fuera domingo. Domingo de resacas no divertidas, de arrepentimiento y de dolor de barriga. Domingo de bilis que sube desde el fondo de tu estómago hasta tu boca. Domingo de mierda.
Últimamente mi vida es un domingo permanente. A pesar de que no debería quejarme, que soy una chica teóricamente afortunada no puedo salir de estos dias blancos. Dias de nada. De no hacer nada, no sentir nada. Dias de falta de motivación cuando tienes todas las motivaciones para seguir adelante.

Mi vida se resume en fin de semana de exceso, de gintonics inacabados y de dias de despúes de arrepentirme.
Soy la última calada del cigarro que no le gusta a nadie, el gintonic aguado, el vestido que nadie compra en rebajas. Soy esa llamada que haces a las 4 de la mañana, el polvo en la recámara, la otra con la que te levantas lamentándo la noche anterior mientras llamas a tu novia. Soy la que se equivoca, la que la caga y no hay nadie que este a mi lado para ayudarme a no caer.

Soy la canción que a nadie escucha, la sonrisa ladeada tras la anestesia del dentista, la canción del verano que solamente dura dos míseros meses. Soy las medias rotas, las uñas con el pintauñas descascarillado.

Sigo pensando, mientras escucho a Quique. Bendito Quique y benditos cantautores. La vida con un punto dramático siempre será mejor. Viva la jodida incoherencia. Creo que no entiendo nada, ni a nadie.


Química.

Ya no sé dónde esconderme. No queda ni un rincón en mi vida donde pueda ovillarme tapándome la cara entre las manos. Ni la música ni la lectura me alivian, y Welsh me ha hecho volver al pasado, empujándome con saña para tomar conciencia de que el profundo daño emocional que sufrí durante meses no era amor u obsesión, sino pura química racionalizada en pequeñas dosis o miligramos. Otra estafa más para sumar a la larga lista de mis relaciones corruptas. Por si quedaba alguna duda, todo está en los libros. Y la realidad me acaba de dar una bofetada muy fuerte en la cara.

El maravilloso mundo de las drogas. En el que escarbas un poco por la superficie, y luego un poco más hondo, porque joder, eres joven y hay que disfrutar, que la vida son dos días y no te vas a quedar sin saber lo que se siente. Y lo pruebas. Con la persona menos indicada. Con la que te gusta. Y los mundos de la realidad y de la ficción se desdibujan a su paso formando un paisaje difuminado pero precioso. Y te dejas enamorar por esos bonitos colores, y esas nuevas texturas, que aunque siguen siendo de la misma piel ahora se sienten distintas. Sobre todo las tuyas. Y qué placer se siente con un simple beso, como si abrieras la jodida puerta de pandora y las dos almas se entrelazaran y bailaran alegremente por haberse por fin encontrado. Todo mentira. Pura química. “Ya sabes lo fácil que puede ser sentirse estupendamente con alguien cuando vas puesto de éxtasis.”

Aún recuerdo cuando desnudos sobre aquella cama de hotel no dejaba de repetirte lo a gusto que me sentía contigo. Estaba volando aunque mi espalda no se moviera del colchón. Y así me respondiste tú, con un simple: es por la droga. Al menos tú lo tenías claro.

El otro día me dijeron que lo bueno de esta relación era el número de un buen camello, y supongo que es así. Al final es lo único que queda. Hoy me has vuelto a escribir preguntándome cómo estoy y me han entrado ganas de llorar, pero se han terminado calmando porque las de vomitar eran más fuertes. Y es así como debería superarte, vomitándote. No llorándote. Porque has sido eso, la arcada tras el mal sabor del ácido. Ahora necesito echar por el váter todo lo que tengo en el estómago, para que se vaya por la tubería para siempre, como para siempre se fue mi inocencia al conocerte.


Al fin y al cabo la química que tuvimos fue sólo eso, química.

sábado, 8 de marzo de 2014

Sábado.

Es sábado y son las diez de la noche. Y aquí estoy, con el ordenador calentándome las piernas. Hace una hora que volví de un recital de poesía. Me maravilla observar que hay gente joven que sigue haciendo cosas y que escribe poemas tan increíbles. Todavía queda algo de esperanza. Aunque ya me gustaría tener una pizca de su arte para juntar palabras.

Salir de un concierto o un recital es salir con las ganas del cigarro de después del éxtasis y comentarlo. Una cerveza con amigos y debate. Y así ha sido. Un cigarro de después, con sus tres o cuatro siguientes, y un par de cervezas en la latina con sonido de trompetas de fondo y gente que baila y se ríe. Yo también. Y qué fina es la línea entre la risa y el llanto. Tan fina, como el momento en el que apresuradamente se pide la cuenta porque mis dos acompañantes tienen otros planes. En pareja. Como en casi todas las ocasiones. Pero muy agradecidos por mi invitación al espectáculo.

Así que sola me encuentro entre los pasillos del metro, entre gente que va y viene preparándose para la famosa noche madrileña. Yo vuelvo a casa. Sola. Y al abrir la puerta está todo a oscuras. No queda otra que encender la televisión como compañía para que haya alguna voz desconocida que me hable entre estas cuatro paredes. Necesito compañía.

Enciendo el ordenador y conecto el wifi de mi móvil, con la esperanza de que alguien me haya escrito queriendo compartir la noche. Pero no es así. No hay ningún mensaje por ningún tipo de vía de contacto.

Me descalzo para que no quede nada que me apriete y voy a la cocina. Me topo con la pila de platos sin fregar, y con los chipirones que dejé para descongelar. Hoy mi dieta es amarilla y me marca por escrito esa cena determinada. Después tendré que lavar todos los restos de patatas fritas que esta mañana no han sido para mí. Así que me pongo a limpiar uno a uno los chipirones, pero siguen sin descongelar y se me hielan los dedos, paralizándose poco a poco. Qué sábado tan triste. Pero me mira el ojo del chipirón y pienso que tampoco estoy tan mal. Al menos mi corazón sigue latiendo. Pobre animal, qué culpa tendrá él. A mí nadie me está sacando las tripas con saña, pero creo que compartimos el mismo frío por dentro. Al echarlos en la sartén se encogen en acto reflejo. Creo que nos entendemos.

Huyo de la cocina y su desastre para ver que sólo hay basura en la televisión. No sé por qué me extraña tampoco. Los Simpsons ya no me hacen gracia, pero eso sí que es nuevo. Tampoco debería sorprenderme ya, estar en esta posición otro sábado más. Uno a uno, han ido haciendo su vida con otros, o con otras, mientras yo sigo aquí sentada, aunque ya sin esperar llamada. No he evolucionado. Tampoco me han dado la oportunidad.

Yo que sé. No hay película con la que quiera llenar estas horas antes del sueño. Ni siquiera porno. Ya son las once, así que me iré directa a la cama. Sin desmaquillar. No creo que a nadie le importe una mierda que se me pueda joder el cutis. Y no pienso tirar de la cadena después de mear. Nadie se va a enterar de que algunas veces soy una guarra. Mañana será otro día.

Ah, te iba a llamar. Pero supuse que estarías ocupado.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Libre.


Me siento libre y tranquila; como el globo de helio que se escapa volando de la mano de un niño en la feria con la brisa fresca del verano. O como el pie que parece andar sobre brasas en lugar de arena de playa, y toca al fin el agua salada de la primera ola.

No sé si dando pequeños pasos con mis pequeñas piernas me he ido alejando de la tristeza, o si vivo un letargo de estabilidad en el que no hay cabida ni para las grandes alegrías, ni para mis constantes y ridículas penas.

Quizá he empezado a madurar, o más bien a cambiar de perspectiva, porque estoy segura de que siempre seré una cría. Ya no me afectan las felicidades ajenas, ni las maravillosas historias de amor que siempre son en tercera persona. No pienso en aquellas fiestas que con drogas siempre se disfrutaron mejor. Ya no siento nada, ni recuerdo nada.

Intentando olvidar quité el billete del metro de Roma que tenía siempre como marca páginas y me recordaba que un día pisé esa ciudad por primera vez, al mismo tiempo que ponía el primer pie sobre los 22 años. Ese pequeño papel demostraba que el año vivido en Italia no había sido un sueño.

Y ya no sueño con quimeras.

Vivo con la tranquilidad de apagar el móvil porque no hay llamada que se espere y con el sosiego del cigarro de después pero sin haber existido un principio.

Son nuevos días de paz en los que me he ido arrancando una a una las espinas y ya no queda nada que duela. O quizá también he olvidado qué es lo que duele. No lo sé. Al menos no veo la sangre.

Sólo sé que ya no espero.


Pero espero, que si me pincho alguna otra vez, sea con la rueca del para siempre de la bella durmiente.

STOP

No estoy programada para parar. Para conformarme con lo que tengo. Siempre quiero más. Un poco mas aunque sea. No creo en el conformismo ni en el quiere lo que tienes
Siempre quiero un gin tonic mas, una noche mas. Siempre tengo un plan b en la manga y soy de las que queman todos los cartuchos antes de retirarse. Que para mi una retirada a tiempo es una victoria simplemente es un lema de cobardes y que tirarse al vacío siempre es una opción.

Soy de las que no saben esperar.Lo quieren todo en el momento. Y  si no lo tengo , me tomo una copa para intentar suplir las ansias. Soy extremadamente ansiosa, no se comerme una patata solo, fumarme solo un cigarro ni beberme solo una copa. Tampoco se mirarte a los ojos si besarte.

Porque nunca fui buena en el papel, jamás lo seré.
 ¿y aun te preguntas porque nunca estaremos juntos?