miércoles, 5 de marzo de 2014

Libre.


Me siento libre y tranquila; como el globo de helio que se escapa volando de la mano de un niño en la feria con la brisa fresca del verano. O como el pie que parece andar sobre brasas en lugar de arena de playa, y toca al fin el agua salada de la primera ola.

No sé si dando pequeños pasos con mis pequeñas piernas me he ido alejando de la tristeza, o si vivo un letargo de estabilidad en el que no hay cabida ni para las grandes alegrías, ni para mis constantes y ridículas penas.

Quizá he empezado a madurar, o más bien a cambiar de perspectiva, porque estoy segura de que siempre seré una cría. Ya no me afectan las felicidades ajenas, ni las maravillosas historias de amor que siempre son en tercera persona. No pienso en aquellas fiestas que con drogas siempre se disfrutaron mejor. Ya no siento nada, ni recuerdo nada.

Intentando olvidar quité el billete del metro de Roma que tenía siempre como marca páginas y me recordaba que un día pisé esa ciudad por primera vez, al mismo tiempo que ponía el primer pie sobre los 22 años. Ese pequeño papel demostraba que el año vivido en Italia no había sido un sueño.

Y ya no sueño con quimeras.

Vivo con la tranquilidad de apagar el móvil porque no hay llamada que se espere y con el sosiego del cigarro de después pero sin haber existido un principio.

Son nuevos días de paz en los que me he ido arrancando una a una las espinas y ya no queda nada que duela. O quizá también he olvidado qué es lo que duele. No lo sé. Al menos no veo la sangre.

Sólo sé que ya no espero.


Pero espero, que si me pincho alguna otra vez, sea con la rueca del para siempre de la bella durmiente.

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