sábado, 8 de marzo de 2014

Sábado.

Es sábado y son las diez de la noche. Y aquí estoy, con el ordenador calentándome las piernas. Hace una hora que volví de un recital de poesía. Me maravilla observar que hay gente joven que sigue haciendo cosas y que escribe poemas tan increíbles. Todavía queda algo de esperanza. Aunque ya me gustaría tener una pizca de su arte para juntar palabras.

Salir de un concierto o un recital es salir con las ganas del cigarro de después del éxtasis y comentarlo. Una cerveza con amigos y debate. Y así ha sido. Un cigarro de después, con sus tres o cuatro siguientes, y un par de cervezas en la latina con sonido de trompetas de fondo y gente que baila y se ríe. Yo también. Y qué fina es la línea entre la risa y el llanto. Tan fina, como el momento en el que apresuradamente se pide la cuenta porque mis dos acompañantes tienen otros planes. En pareja. Como en casi todas las ocasiones. Pero muy agradecidos por mi invitación al espectáculo.

Así que sola me encuentro entre los pasillos del metro, entre gente que va y viene preparándose para la famosa noche madrileña. Yo vuelvo a casa. Sola. Y al abrir la puerta está todo a oscuras. No queda otra que encender la televisión como compañía para que haya alguna voz desconocida que me hable entre estas cuatro paredes. Necesito compañía.

Enciendo el ordenador y conecto el wifi de mi móvil, con la esperanza de que alguien me haya escrito queriendo compartir la noche. Pero no es así. No hay ningún mensaje por ningún tipo de vía de contacto.

Me descalzo para que no quede nada que me apriete y voy a la cocina. Me topo con la pila de platos sin fregar, y con los chipirones que dejé para descongelar. Hoy mi dieta es amarilla y me marca por escrito esa cena determinada. Después tendré que lavar todos los restos de patatas fritas que esta mañana no han sido para mí. Así que me pongo a limpiar uno a uno los chipirones, pero siguen sin descongelar y se me hielan los dedos, paralizándose poco a poco. Qué sábado tan triste. Pero me mira el ojo del chipirón y pienso que tampoco estoy tan mal. Al menos mi corazón sigue latiendo. Pobre animal, qué culpa tendrá él. A mí nadie me está sacando las tripas con saña, pero creo que compartimos el mismo frío por dentro. Al echarlos en la sartén se encogen en acto reflejo. Creo que nos entendemos.

Huyo de la cocina y su desastre para ver que sólo hay basura en la televisión. No sé por qué me extraña tampoco. Los Simpsons ya no me hacen gracia, pero eso sí que es nuevo. Tampoco debería sorprenderme ya, estar en esta posición otro sábado más. Uno a uno, han ido haciendo su vida con otros, o con otras, mientras yo sigo aquí sentada, aunque ya sin esperar llamada. No he evolucionado. Tampoco me han dado la oportunidad.

Yo que sé. No hay película con la que quiera llenar estas horas antes del sueño. Ni siquiera porno. Ya son las once, así que me iré directa a la cama. Sin desmaquillar. No creo que a nadie le importe una mierda que se me pueda joder el cutis. Y no pienso tirar de la cadena después de mear. Nadie se va a enterar de que algunas veces soy una guarra. Mañana será otro día.

Ah, te iba a llamar. Pero supuse que estarías ocupado.

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