Es sábado y son las diez de la
noche. Y aquí estoy, con el ordenador calentándome las piernas. Hace una hora
que volví de un recital de poesía. Me maravilla observar que hay gente joven
que sigue haciendo cosas y que escribe poemas tan increíbles. Todavía queda
algo de esperanza. Aunque ya me gustaría tener una pizca de su arte para juntar
palabras.
Salir de un concierto o un recital es
salir con las ganas del cigarro de después del éxtasis y comentarlo. Una
cerveza con amigos y debate. Y así ha sido. Un cigarro de después, con sus tres
o cuatro siguientes, y un par de cervezas en la latina con sonido de trompetas
de fondo y gente que baila y se ríe. Yo también. Y qué fina es la línea entre
la risa y el llanto. Tan fina, como el momento en el que apresuradamente se
pide la cuenta porque mis dos acompañantes tienen otros planes. En pareja. Como
en casi todas las ocasiones. Pero muy agradecidos por mi invitación al
espectáculo.
Así que sola me encuentro entre los
pasillos del metro, entre gente que va y viene preparándose para la famosa
noche madrileña. Yo vuelvo a casa. Sola. Y al abrir la puerta está todo a
oscuras. No queda otra que encender la televisión como compañía para que haya
alguna voz desconocida que me hable entre estas cuatro paredes. Necesito
compañía.
Enciendo el ordenador y conecto el
wifi de mi móvil, con la esperanza de que alguien me haya escrito queriendo
compartir la noche. Pero no es así. No hay ningún mensaje por ningún tipo de
vía de contacto.
Me descalzo para que no quede nada
que me apriete y voy a la cocina. Me topo con la pila de platos sin fregar, y
con los chipirones que dejé para descongelar. Hoy mi dieta es amarilla y me
marca por escrito esa cena determinada. Después tendré que lavar todos los
restos de patatas fritas que esta mañana no han sido para mí. Así que me pongo
a limpiar uno a uno los chipirones, pero siguen sin descongelar y se me hielan
los dedos, paralizándose poco a poco. Qué sábado tan triste. Pero me mira el
ojo del chipirón y pienso que tampoco estoy tan mal. Al menos mi corazón sigue
latiendo. Pobre animal, qué culpa tendrá él. A mí nadie me está sacando las
tripas con saña, pero creo que compartimos el mismo frío por dentro. Al
echarlos en la sartén se encogen en acto reflejo. Creo que nos entendemos.
Huyo de la cocina y su desastre
para ver que sólo hay basura en la televisión. No sé por qué me extraña tampoco.
Los Simpsons ya no me hacen gracia, pero eso sí que es nuevo. Tampoco debería
sorprenderme ya, estar en esta posición otro sábado más. Uno a uno, han ido
haciendo su vida con otros, o con otras, mientras yo sigo aquí sentada, aunque
ya sin esperar llamada. No he evolucionado. Tampoco me han dado la oportunidad.
Yo que sé. No hay película con la
que quiera llenar estas horas antes del sueño. Ni siquiera porno. Ya son las
once, así que me iré directa a la cama. Sin desmaquillar. No creo que a nadie
le importe una mierda que se me pueda joder el cutis. Y no pienso tirar de la
cadena después de mear. Nadie se va a enterar de que algunas veces soy una
guarra. Mañana será otro día.
Ah, te iba a llamar. Pero supuse
que estarías ocupado.
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