Mismo bar, misma barra. Labios rojos. Ella con sus amigas, bebiendo gintonics y celebrando que aun son jóvenes. Y de repente le ve, a través del humo y de la gente. Suena Bowie, no podía ser de otra manera. A ella le da un vuelco el estómago y se dirige decidida a saludarlo. Antes de acercarse le observa, mismos pitillos negros, camiseta y ese tatuaje que a ella tanto le gustaba. Pelo ensortijado y patillas. Otra cosa no, pero él siempre fue muy guapo. Ella se acerca, y le saluda. Dos besos de rigor. Hace más de un año que no se ven. Hablan de su vida. Él como siempre sigue de bar en bar y de cama en cama. Viviendo del aire y emborrachándose cada noche. Jactándose de cada conquista y haciendo muescas en el cabecero de su cama.Se cree guapo y sexy. Que la tiene en sus manos. Pero ya no es así. Ella se da cuenta lo que ha aprendido. Lo que él la enseñó. Domina la situación por primera vez en mucho tiempo y eso le encanta. Se acerca a su oído y le susurra, ¿salimos a fumarnos un cigarro?. Nunca la ley antitabaco ayudó tanto. Fuera ella se acerca y le besa. No es un beso de amor, ni tan siquiera de cariño. Es un beso de pasión, de sexo y de locura. Un beso de agradecimiento por haberle hecho tanto daño, de que gracias a él ya no cree en los príncipes azules. Y comienzan a besarse. Él dice, madre mía, cómo has cambiado. Y ella le coge de la mano y le lleva a su casa. Música y gintonics. Tabaco y besos. Y terminan acostándose. Sábanas, arañazos y moratones. El siempre decía, tienes que ser mas salvaje y ahora es él quien se queda corto. Después del polvo, cigarro de rigor y ella le dice, cariño tienes que irte, mañana tengo que sacar al perro y no te puedes quedar. Su cara fue un poema, él siempre ponía la misma excusa. Pero si quieres follar, ya sabes, llámame. Y tras decir eso, se da la vuelta y duerme placidamente.
A la mañana siguiente, él la llama. ¿Quedamos? y ella feliz, dice, no lo siento. He quedado con mis amigas. Y por fin se da cuenta de que ha roto ese círculo vicioso.
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