jueves, 19 de diciembre de 2013

Vértigo.

Está claro que todo lo que sube tiene que bajar, y si sigo cogiendo altura llegará el momento en el que me falte el oxígeno. Pero como soy idiota, y finjo olvidar lo que duele hasta matar, avanzo el pie derecho deslizándolo por otro peldaño. El mármol está frío y yo voy descalza. Subo otro escalón más riéndome de la pena por quedarse en el portal temiéndole al vértigo.

Dice Irene X que el amor es la hostia, desde un décimo piso.  Pero cuando me crucé con la señora del perrito ya iba por el vigésimo tercero. Me acuerdo porque es la edad que tengo, y por no haber visto esos números adornando ninguna tarta. Sigo subiendo.

Mira si seré estúpida, que avanzo otro tramo cuando siempre tuve miedo a las alturas. Con la de veces que me pediste que me subiera a tu noria, ahora es cuando siento la necesidad urgente de un poco de adrenalina. No sé muy bien lo que será estar de pie sobre aquella cornisa, viendo bajo mis pies todo ese maravilloso paisaje que fueron dibujando tus recuerdos, con la pasión y delicadeza del excelente pintor que siempre has sido. Me da pánico ver toda tu obra desde otra perspectiva. De la de, esto es lo que fue y no será. De la de mira lo que te has perdido.

Sigo subiendo a tientas pensando que siempre podré excusarme de la misma manera que cuando te escribo un Tequiero a las seis de la mañana. Lo siento. Iba muy ciega. Y pienso en lo mucho que me dolerán las agujetas mañana; como dando por hecho que no fuera a matarme la caída. Siempre fui una ingenua. (Supongo que ese sería mi epitafio perfecto.)

El cristal de la ventana del trigésimo primero está roto y yo sonrío. No sólo por el placer el aire fresco en la cara, sino por el recuerdo del otro tipo de vidrio con el que tanto nos ha gustado siempre follar. Y qué egoísta has sido, siempre esforzándote al máximo para hacerme feliz, sabiendo que no podrá llegar ninguno después para superarte. Y si no es por egoísmo, tu ingenuidad se ha comido a la mía. Si esto fuera para siempre no existiría azotea desde la que saltar. Pero ya estoy subiendo.

Empiezo a correr. Debería ir más rápido. Ya han pasado las 3 de la tarde y mi madre me estará esperando para comer. No sé por qué piso voy, pero me ha entrado la risa floja. Intento buscar una mirada cómplice con la que compartir mi sonrisa, pero no hay nadie. Este viaje lo hago sola, y sin billete de vuelta.

Ya veo el cartel que señala la azotea. Estoy escuchando la melodía al piano de Riesgo y altura. Parece que es imposible que me saque a Quique de la cabeza. Sólo queda un tramo más de escaleras. Subo los escalones a pares. Tengo ganas de gritarle al mundo entero. Ya me siento en la cima. Ha cambiado la textura del aire. Estoy lista. Supongo que ya me reencontraré con la pena o la muerte abajo. Son viejas conocidas y siempre me tendieron su mano.

He llegado a la azotea. Empujo con fuerza la manivela.





Pero la puerta está cerrada.

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